Por eso aquí yo mando



JULIO ZENON FLORES

(apuntes para un cuento)

 
Lo miré llegar con su barrigota y sus 60 años encima. Supe desde el principio que iba por mí. Ya conozco a los de su tipo. Se la dan de intelectuales con sus lentitos redondos y su calva prominente. Siempre hacen preguntas estúpidas, como para salvar su alma. Intentan hacer creer que porque traen sus cochinos 300 pesos, ya vienen a salvar a la patria y pretenden que uno les cuente una historia que después puedan ira a contar a sus amigos. ¡Pobrecita! Le salvé la vida con mi dinero, han de decir, por la noche, cuando sienten que sus penas han sido expiadas y se duermen junto a sus esposas, con la conciencia tranquila, pues han hecho algo por esa pobre niña que carece de todo, sobre todo que es indígena. Nadie se salva, ni puede presumir de demócrata, ni podrá dormir tranquilo ni acariciar a sus hijos, si no ha salvado a un indígena. Amuzgo o mixteco da igual. Ni siquiera nos saben diferenciar.
Por eso mejor los desprecio con mi silencio. Sus 300 pesos no les dan derecho a una conversación, apenas que yo me quite los calzones y abra las piernas para darles sus 15 segundos de gloria. Ninguno de ellos ha durado más que ese cuarto de minuto. Nada que ver con las dos horas que les regalo a esos muchachos de bachilleres que hacen fila afuera de mi cuarto, por la noche, cuando el pachuco ya se durmió y no hay que pagarle nada por usar el cuarto de servicio. Para ellos es gratis. No me obligan a sentir una tremenda panza sobando mi vientre, ni a mirar una calva sudando como si saliera de un temascal. Ellos vienen a lo que vienen. Uno lo sabe. No traen teorías falsas de defensa de los derechos humanos, ni me tratan como retrasada mental o como una pobre india muerta de hambre. Para ellos soy una mujer, capaz de ofrecer su cuerpo, no sólo por hambre, sino también por placer; por hambre de sentirme mujer, por el gusto de que alguien me mire y me tome, sin mirarme como una pordiosera.
Uta. Esta pinche pasta de dientes ya no tiene suficiente menta. Para mentarla más fuerte a ese vejete que me acaba de tirar sus billetes, sin que me dejara desquitarlos. Y estas cerdas, parece que tengo que cambiar de cepillo dental…no me quita ese sabor amargo que me deja el saberme una prenda del más puro snobismo, hasta marxista ha de ser este  último. ¡Que ridículo!
Si, soy amuzga (no mixteca, como al parecer creyó el viejito ese), pero no soy tontita; ni una historia de lágrimas y dolor, ni de hambre o de mugre; soy una mujer que ha tomado sus propias decisiones.
Nadie me ha puesto la mano encima y el que lo intentó hacer –mi padrastro cuando yo tenía cinco años- ya no lo puede contar a nadie. Ja, lo bueno es que estaba borracho, como siempre, y ya me tenía cansada de las golpizas que le daba a mi madre, y de sus gritos destemplados y de sus amigotes que llevaba a la casa a beber alcohol de 96 grados, del de la botellita roja (no se porque no se equivocaban y tomaban del de la botella azul que los deja ciegos, pero tontos tampoco son esos borrachines de triste figura que se quedan tendidos casi diario en las calles del pueblo, meados y surrados, babeando, junto al estiércol de los perros y los cerdos, como ellos) y que siempre terminaban queriendo meterse en mi cama, y yo con mi cuchillo en la mano ¡Órale pues, el que se acerque se lo lleva enterrado en la barriga! Y ellos con sus risotadas de idiotas. ¡Mira la nena que te salió brava eh! Pues claro, me sacó a mí. Y mi madre gimoteando, ¡hijita, suelta ese cuchillo!, ellos no te quieren lastimar, nomás están jugando. ¡Vas a hacer enojar a tu padre! Eh? Y si se enoja te voy a dar una buena. No madre, ni se te ocurra pegarme porque entonces si…entonces si qué? Mocosa, mal educada. O que todo te lo he dado!. ¡Pero hay un Dios! Y un día con tus hijos lo habrás de pagar.
Pero ese día mi padre no estaba de humor y me llamó y fui y como siempre estaba borracho y me dijo quítate la ropa y me la quité. Mira cómo haz crecido, si ya hasta pechitos tienes. Nomas te faltan algunos pelitos en ese lugar y serás toda una mujer. ¿Con lo que me den por ti, por a mercar un caballo y unas latas de manteca. Pero antes, pero antes, hágase pacá porque yo la crié y antes que cualquiera se la lleve yo mero me la voy a estrenar.
Y me hice pallá, pero yo ya sabía que ese momento llegaría y me había preparado para cuando llegara. Tenía  a la mano mi cuchillito hecho precisamente para ese momento. Esta bien papito. Tu estás borracho, no sabes lo que dices, ni lo que haces, ya mañana todos te perdonarán y todos dirán que fui yo la que te provocó y dirán como de mis amigas: ¡Que chamaca tan puta! Pobres de sus padres.
Pero la historia puede ser distinta. Para eso Dios nos dio libre albedrío. Cada quien traza su propio destino y llegó la hora de que yo vaya en busca del mío y le haga a mi madre el último favor que le haré: quitarle a este parásito y a esta niña que siempre ha sido una carga. Desde ahora no seré una carga más que para mí misma.

Así que ahí voy papito querido. Ahí voy. Pero antes, ahí te va mi cuchillito. ¿Cuántas veces lo afilé, en el patio, como jugando al carnicero, practicando con los puercos y con los pollos de los carniceros que se divertían permitiéndome degollarlos y llenarme de la sangre que salpicaban cuando aún vivos berreaban y tratar de escapar de su destino.
Adiós papito. No puedo mentirte, la verdad nunca te quise. El llamado de la sangre ese al que muchos hacen mención a mí nomás no me llegó nunca. No sé si alguna vez me abrazaste como un padre y si me cargaste no me acuerdo. No te vi sobrio nunca. Y me daba asco verte llegar lleno de suciedad de tus entrañas.
Mañana, no sabrás lo que dijiste ni lo que hiciste, ni quien lo hizo, pero el mañana será de nosotros, de mi madre que estará sola y tendrá que aprender a vivir sin ti, sin nadie a quien mantener, sin un borracho a quien ir a levantar del camino real. Bueno eso es sólo un decir, porque para eso aún le queda mi hermano que tomó buen ejemplo de su padre. Y para mí, que tendré que poner en práctica todo lo aprendido, a ver por mi misma, a comer si encuentro una miga, a no llorar nunca, a no dejarme pisotear. Y a odiar a los hombres, en especial a los borrachos, a los vejetes que creen que les pertenecemos y que creen que nos hacen un favor cuando nos hacen una caricia.
Me entiendes pachuco? Aquí yo mando, yo soy la chica Montana, pero todo se hace como yo digo o no se hace nada. Que para eso aprendí a fingir tan bien.

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