Premio

No sería posible premiar a Tlachinollan, Organización No Gubernamental que lidera Abel Barrera Hernández, si en Guerrero no existieran los antecedentes de agravios a, más que nadie, los pueblos indígenas marginales y empobrecidos. La política panteonera pasa por Raymundo Abarca Alarcón con la masacre de los copreros en el Acapulco de 1967.
Después vendría “la guerra sucia” del 75, la guerrilla, Figueroa y sus secuelas. En semejantes escenarios Tlachinollan era una respuesta lógica de los ofendidos y humillados a la barbarie del poder despótico. Amnistía Internacional conoce esta historia.
Que un gobierno pretenda perpetuarse es ambición histórica. Fueron asesinados desde el poder Colosio, Ruiz Massieu, Rey Hernández, Chavarría y más o menos seiscientos perredistas que no admitían que les ganaran impunemente las elecciones. El estado de Guerrero fue el principal laboratorio de la democracia y el precio de la misma fue a costa de la sangre del pueblo.
Lo que no entendemos es por qué un gobierno democrático, del pueblo y por el pueblo, el pasado sexenio, tuvo que ser tan represor y malvado con los más humildes ciudadanos que le otorgaron su voto. Tlachinollan y Abel Barrera sufrieron las peores persecuciones y agravios durante el gobierno del pedestre Zeferino. Los asesinatos de Ayutla, las órdenes de aprehensión a luchadores sociales, la criminalización de la protesta social, el encarcelamiento de hombres y mujeres que se manifestaban contra la injusticia, el incumplimiento de los laudos internacionales de Derechos Humanos, y la ineptitud senil de Juanito Alarcón Hernández, la cereza del pastel.
El Premio de AI no es un orgullo para Guerrero. Es un estigma que nos recuerda, que en nuestro pueblo, el Estado de Derecho ha sido siempre una posibilidad remota y que al igual que África, nuestra fue tierra propicia para la arbitrariedad y el atropello, que no deben nunca jamás, volver a tener vigencia ni actualidad.

PD: “Mátalos en caliente”: Porfirio Díaz.