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jueves, 25 de agosto de 2011

Zapata 21 · LÓPEZ ROSAS, RENDIR LA PLAZA



OCTAVIO AUGUSTO NAVARRETE GORJÓN I

El procurador de justicia del estado, Alberto López Rosas, solicitó una tregua al crimen organizado. Por si eso fuera poco, sugirió que en sus disputas internas deberían respetarse algunos códigos. Las declaraciones del procurador no sólo son desafortunadas, indican un grave déficit de comprensión de los fenómenos a los que alude. Tal vez sin proponérselo, otorga el estatuto de fuerza beligerante a las bandas del crimen organizado. Una tregua sólo se conviene con una fuerza reconocida internacionalmente de acuerdo a los Tratados de Ginebra.

El reconocimiento como fuerza beligerante se obtiene a su vez después de acciones militares que evidencien un empate entre las fuerzas en disputa. Nadie, ningún grupo de personas, por respetables y representativas que sean, pueden formar una fuerza que sin combate reclame el estatuto de beligerante. Ese carácter sólo puede adquirirse en el campo de batalla, escalando los combates a un nivel en donde tal vez el bando rebelde no pueda triunfar en forma definitiva, pero a su vez, no puede ser destruido por las fuerzas del orden.

II



Un encargado de procurar justicia y combatir al crimen no puede pedir una tregua; el lance equivale a rendir la plaza a la fuerza adversaria. Se evidencia una grave confusión en cuanto a la concepción del crimen organizado, que no lucha por principios o banderas sociales; se trata de gente que está en un negocio ilegal, que además causa grave daño a la convivencia civilizada de la gente que nada quiere saber de vendettas o disputas por plazas.

El déficit es propio de la izquierda. Cada vez que alguien pregunta a un candidato de izquierda en campaña acerca del fenómeno sale con que “no se puede combatir este asunto mientras no haya suficientes trabajo, seguridad social y satisfacción de demandas sociales”. Es decir, se recurre al mismo concepto que se esgrimía en el caso de la guerrilla, sin percatarnos que se trata de fenómenos distintos. El narcotráfico merece un tratamiento especial de la izquierda, que no lo confunda con la guerrilla ni aplique el sistema de ideas que se tenían para los rebeldes armados. Hace algunos meses se encontró una casa de seguridad donde había ocho autos nuevos con las llaves puestas. Nadie con dos dedos de frente puede pensar que los dueños de esos carros robaban para comer o para llevar medicina a sus hijos.

III



Lo mismo vale para la exigencia de respeto a códigos que en la actualidad han quedado en el olvido. ¿A qué códigos se refiere el procurador cuando solicita a las bandas que en sus disputas acaten algunos? Se refiere sin duda a aquellos códigos que existían en el Guerrero de hace sesenta años, cuando a los niños se les enseñaba que cuando se desenfunda un arma nunca debía ser guardada sin honor; es decir, sin disparar; más explícito: sin matar. También se decía que jamás debe dispararse al que huye; en aquellos tiempos, huir era una vergüenza mayor a morir baleado de frente. Decían esos códigos nunca escritos que no debe dispararse al objetivo delante de los niños o de sus esposas, que nunca debe el asesino burlarse del caído, que no lo debe rematar ni cometer vejaciones de ningún tipo a su cadáver. Antes bien, si da tiempo debe pedirle perdón; después, debe de ponerse los huaraches al revés para que nunca lo encuentre la mano podrida de la venganza. A su vez, el familiar del agredido debe ponerlo boca abajo y debajo de la lengua colocarle una moneda; con ese método, su sombra estará siempre sobre el asesino y la venganza llegará pronto.

No ubico con precisión el origen de todos estos códigos que tuvieron como consecuencia sucesivas generaciones de guerrerenses formados en la cultura del odio y la venganza. Debe tratarse de una síntesis de tradiciones españolas, italianas y aztecas; lo cierto es que marcaron para siempre a muchos guerrerenses que conservan la impronta de un honor contrahecho y una gran propensión a la intolerancia.

En la costa grande, esos códigos comenzaron a caer en desuso cuando se contrataba a pistoleros de costa chica, que venían con sus propias tradiciones y que siempre que mataban levantaban la cabeza del muerto o moribundo y le echaban un puño de tierra. Un asesinato que conmovió a toda la sociedad guerrerense fue el de Ceferino Torreblanca; no por el crimen mismo, cosa de todos los días en el Guerrero de ayer y el de hoy, sino porque se rompieron todos los códigos: el señor iba saliendo de misa en la iglesia de San Jerónimo, llevaba de la mano al niño que sería padre del Zeferino que acaba de ser gobernador. Tampoco cuando asesinaron al síndico Alfredo López Cisneros se siguieron esos códigos; el padre del actual procurador iba acompañado de dos damas mientras manejaba y aunque los tiros no iban contra ellas fueron heridas por varios disparos; una de ellas recibió más de diez impactos. Sobrevivieron las dos, por fortuna.

Ignoro si le pusieron la moneda bajo la lengua y lo mantuvieron un rato boca abajo. En las primeras fotos que circularon está abrazando el volante con una mano, con la cabeza sobre la puerta del auto y la mano izquierda destrozada, colgando desaliñada, como un nido de calandria. Luego hubo otras fotos; abrieron la puerta y quedó con la cabeza al revés, colgando y con el cuerpo y las piernas encima del asiento.

Tampoco sabemos si su asesino material, Eusebio Sánchez, se puso los huaraches al revés. El caso es que lo agarraron; también a Simón Valdeolívar, jefe de la policía judicial en el puerto. El 9 de febrero de 1970, Valdeolívar declaró en una rueda de prensa organizada en la cárcel que el autor intelectual del crimen había sido el entonces ex gobernador Raymundo Abarca Alarcón. Eso fue en el penal de Acapulco, en Chilpancingo, el médico Abarca Alarcón sufrió una crisis nerviosa y murió al saber la noticia. Nadie vio su cadáver; algunos dicen que sólo enterraron varias docenas de tabiques y que el médico, uno de los peores gobernadores que ha tenido el estado de Guerrero, murió varios años después en una ciudad italiana o francesa. Como un dato cultural hay que agregar que dentro de quince días se inaugurará un hospital en Chilpancingo que lleva el nombre de aquel insigne gobernante, el de la matanza de Atoyac el 18 de Mayo, el probable asesino intelectual del Rey Lopitos, el 4 de agosto, el de la matanza de copreros el 20 de ese mismo mes; todos en 1967; año emblemático para el pueblo guerrerense, el año de la muerte impune.

IV

Es lamentable que un procurador; es decir, el encargado de aplicar justicia, invoque la existencia de códigos no escritos, que sólo valen en la venganza privada y que además fueron una marca dolorosa en niños criados en la tradición de violencia, injustica y represión que dominó la primera mitad del siglo XX guerrerense. El de la pluma creció con mucho miedo sus primeros diez años; mi padre escapó a varios atentados y cada vez que lograba salir airoso de esas intentonas pensaba que mi destino iba a ser muy triste; siendo el único hijo varón, tenía la obligación moral de vengarlo. Por fortuna mi padre murió en su cama, rodeado de sus hijos, su mujer y sus compadres; para ese entonces yo ya sabía cortar cartucho y disparar con una escuadra. Pudo morir así porque afortunadamente se siguieron esos códigos; cuando lo espiaban iba una vecina en la madrugada con una olla de peltre a comprarle caldo de pollo a mi madre, que hacía comida para vender; hablaban en voz baja: “comadre, que no salga mi compadre, hay hombres armados por mi casa”. En esas ocasiones mi padre era el último en salir a la calle. Otra vez sobrevivió porque mi madre, conociendo los acuerdos no escritos, se subió a la camioneta de los que se lo llevaron; por eso el general Z. Martínez no pudo arrojarlo a la Frente del Diablo, aunque lo tuvo una semana en una noria, encadenado y con el agua al pecho, acompañado de los dirigentes campesinos Abraham Silva y Adrián Flores Villa. También en esa ocasión se siguieron los códigos; mi madre llevaba en los brazos a mi hermana Hilda. Yo no me acuerdo mucho, iba cómodamente instalado en el vientre de mi madre.

Un amigo de mi padre murió en la matanza de El Tahití. No recuerdo su nombre, pero tuvo un hijo que fue inducido por muchos a la venganza. Por fortuna aquel niño sólo quería estudiar y superarse. Desechó una tras otra las invitaciones a rendirle culto a la muerte, incluso hubo quienes le llevaron armas y le dijeron dónde estaba el Chante Luna. Hizo bien en no hacer caso, tal vez hubiera formado parte de la lista interminable de muertos por mano ajena y los guerrerenses no disfrutaríamos la prosa excepcional y la sabiduría de Anituy Rebolledo Ayerdi.

V



Los códigos que invoca el procurador pertenecen al mundo de los mitos; son la construcción ideológica que busca la reparación de la ofensa en la venganza privada. Pertenecen al mundo del valor y la audacia, a una sociedad que todavía no construye instituciones legales para la vida en común con sus semejantes y en donde la mejor reparación del daño es la justicia por propia mano. Todos esos códigos, mitos, valores mal entendidos y tradiciones están alrededor del culto a la muerte que se condensa en la venganza, única forma que “empareja” las cosas; esto es, que devuelve la realidad a la situación previamente existente.

No es esa la justicia que queremos los guerrerenses de este siglo. Queremos una justicia basada en el respeto a la ley y las instituciones. Los únicos códigos que debe invocar el procurador son el Código Civil y el Código Penal. No nos interesa revivir otros, aunque aún conservemos en el trato cotidiano el recuerdo de hábitos que se han vuelto tradición. Hoy las damas caminan entre el hombre y las construcciones por cortesía; aunque el origen de este buen trato es otro: lo hacían así para que en caso de emboscada ellas quedaran entre el agresor que surgía de las sombras y el acompañante que de este modo tenía tiempo de sacar su espada. También caminaban en esa formación porque si alguien, desde su casa, arrojaba el contenido de la bacinica, fuera la dama la que se manchara y no el caballero.

CORREO CHUAN

El correo chuan trae noticias no tan atrasadas. Dice que el procurador López Rosas hizo declaraciones erróneas, que sus dichos invocan fantasmas del pasado y que es muy malo que se hable de códigos no escritos y que tregua se dé a los que van perdiendo la batalla contra la ley. Dice también que hoy las damas caminan junto a la pared por cortesía, pero que en un principio era para prevenir emboscadas. La costumbre también era para que si alguien arrojaba la bacinica su contenido le cayera a la dama. Los italianos por cierto acuñaron un bello verbo para referirse al acto de vaciar las bacinicas en la madrugada: definisterre. De ese verbo proviene el verbo castellano defenestrar, que hoy no significa arrojar la mierda por la ventana, sino suspender feamente a un funcionario o empleado que no cumple bien su labor. Zapata 21 es una dirección de bellos recuerdos (pronto será Museo Universitario; la columna se extingue mientras el museo llega).

E-mail: correochuan@hotmail.com



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