La columna silenciosa de cientos de acapulqueños marchando por la paz, contra la guerra o contra la estupidez que es la muerte, se cruzó en la costera Miguel Alemán, de Acapulco, con un convoy militar, cuyos miembros bajaron los ojos como avergonzados.
Junto a la gran Bahía de Santa Lucía, surcada hace siglos por galeones portentosos que traían además de mercancía la fiesta el relajo, desfilaba una lona plastificada con el mensaje
"Estamos hasta la madre". Hablaba por los hombres y las mujeres vestidos de blanco que salieron alrededor de las 5 y media de la tarde de ese domingo en que la dignidad por fín se hizo a la calle y caminó como hormiga de luz (no ignoro que una hormiga de luz es imposible, pero la imagen es de luciérnagas descendidas a lo terrenal del pavimento, en mensaje de humildad) desde el punto conocido como Asta Bandera, rumbo al zócalo.
La mayoría son padres (o madres) de familia. Uno de ellos porta una cartulina blanca que dice "Va por mi hijo"; no trae nombre, porque puede ser el hijo muerto de cualquiera, son más de 40 mil hogares que han perdido a alguno de sus miembros; pareciera una generalidad, pero no, en realidad es una brutal singularidad que duele como sólo saben los que lo han perdido; aún sin nombre duele como si fuera Juan, o Pedro, Roberto, o mi propio hijo; otros, levantan más pancartas "Calderón entiende, para esta absurda guerra". Caminan silenciosos. Unos son creadores y promotores de cultura, ahí se saludan por ejemplo dos pintoras, una costumbrista y una expresionista, en lo blanco no distingo quien es quien; (no veo eso sí, a los poetas, ni a los narradores, que tan bien hicieron las crónicas durante las campañas de gobernador hace poco terminadas; periodistas en cambio hay muchos, con cámaras, con libretas, con celulares subiendo a las redes sociales las instantáneas; unos repartiendo de mano ejemplares de su propia hechura; también hay algunos políticos –aquí van silenciosos y qué bueno- , académicos universitarios, religiosos con la cruz de plata sobre el pecho o con lonas en las manos; jovencitas guapas que se ponen para la foto del recuerdo. Una madre empujando una carreola, donde un bebé captura sus primera imágenes de lo que es la esperanza de ser vistos y oídos.
No hay porras, ni consignas. El grito más fuerte es su silencio vestido de blanco, parafraseando a la gran escritora del 68, Elena Poniatowska. La gente se para en las banquetas y a la salida de los centros comerciales y mira con simpatía.
Es asombroso, pero ningún partido ningún político se ha hecho de la conducción o coordinación; coordinadores parece haber muchos, como si se hubieran puesto de acuerdo, pero de manera espontánea van diciendo cuándo avanzar, cuándo frenar. cuándo dejar fluir los carros.
Ahí estuvo la marcha por la paz en Acapulco, realmente no eran muchos; lo mucho de esta marcha es el valor de salir a vencer al temor. Otros tantos esperaban en el zócalo.
En los Pinos alguien más esperaba, no sólo los reportes de cuantos fueron en todas las ciudades donde se marchó, sino algún consejo sobre cómo salir de esta ratonera en la que los derechosos del yunque le metieron.
¿Cómo parar la guerra sin aceptar que se estuvo equivocado en la política militarista, sin admitir una derrota, sin ceder a la impunidad de los grupos del crimen?
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