Juan López
La muerte violenta, anticipada, de un ser viviente -persona, perro, telaraña-, es injustificada moral, jurídica y teológicamente. El primer bien del individuo es la vida. Es también su primer Derecho y, la primera obligación del Estado, es protegerlo de los azares cotidianos. El homicidio sañudo y alevoso merece la condena unánime de la sociedad, consternada en este caso por el crimen de Quetzalcóatl Leija Herrera: líder, cabecilla, guía.
Sin embargo, y que se entienda, este comentario no lleva sorna ni recriminación alguna pero, exponerse en las horas baldías de la madrugada, luego de la juerga y la disipación, a vagar por el nocturnal tenebroso, en estos días sombríos, negros por la aterradora maldad del hombre, en una ciudad dormida y solitaria, es una especie de suicidio consentido por la propia victima, ello aquí en Acapulco, Trípoli, Chilpancingo y Misrata.
Recorrer los andurriales, motivado por el entusiasmo de la fiesta y la inconciencia de la alegría. Acudir a la cita donde acechan las aves carniceras que pueblan la noche, no es conducta mesurada ni sensata. La imprudencia, lo queramos o no, colabora con el malo. El criminal padece de locura extrema, nos ha quedado claro.
Mantenerse alejado del peligro, recogerse temprano, no dar oportunidad a que la vocación salvaje de los matarifes, sacie sus apetitos es, una obligación del instinto de conservación nuestro.
Existe el Síndrome de Faustino, calificada así la conducta desvelada del legislador que abandona el palenque antes de que cante el gallo. Las cinco de la mañana, para luego alegar maltrato a su investidura constitucional, cuando los uniformados lo pasaron a la báscula y le revisaron hasta las entretelas del alma.
Hay que orar por los caídos, hay que tañer las campanas en su nombre, pero también estamos obligados a evitar el Síndrome de Faustino, -desmadrugarse hasta que el sol asusta-, por ser fiera la época y porque la existencia es el único bien intransferible que con nada se repone. La vida no retoña, dice el vulgo.
PD: “No salgas de noche, si no quieres ver fantasmas”. Refrán.
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